El miércoles me desperté con una noticia inesperada,
mientras lo hacía entraba mi madre para bañarme, lo hacía con un comentario
difícil de creer por lo ilógico que suponía no solo en el imaginario colectivo,
sino también el mensaje que estaba implícito en la opinión pública. Que la
señora Hillary Clinton iba a ser la próxima inquilina del Despacho Oval de la
Casa Blanca de los Estados Unidos. Esta creencia se destruyó en el momento que
mi madre tardó en decirme que Donald Trump había ganado las elecciones.
Curiosamente, a la vez, mis pensamientos recordaron una de las famosas frases
de la película Casablanca que da
título a este artículo.
El miércoles no entraron los alemanes en París, pero ganó
las elecciones Trump. Las encuestas, sondeos y demás estudios demoscópicos no
vaticinaban este resultado, pero sí la victoria de Hillary Clinton por un
estrecho margen. De manera similar, la victoria del Brexit también nos cogió a muchos por sorpresa. El éxito electoral
del empresario ha sido, desde el punto de vista de la opinión pública algo
ilógico, de la misma forma que hubiera sido ilógico que el senador Bernie
Sanders hubiera ganado las primarias en el Partido Demócrata para ser candidato
a la Presidencia de los EE.UU.
Durante el proceso de primarias de ambos partidos,
Republicano y Demócrata ha seguido una pauta en el que todo parecía muy
previsible. Hillary iba a ganar a Sanders, Trump lo iba a tener complicado para
ganar las primarias en el Partido Demócrata y si las ganaba, que era harto
complicado, perdería las elecciones contra la candidata del Partido Demócrata.
Hasta varias personalidades con peso dentro del Partido Republicano le
retiraron el apoyo por la carrera hacia la Casa Blanca, como fue el caso del
congresista Paul Ryan, por destaparse varios casos de posible abuso sexual por
parte de Donald Trump en la década pasada. Los hechos eran de tal magnitud, que
parecía la formación conservadora iba a perder de nuevo la posibilidad de que
su candidato finalmente no ocupara la Presidencia de los EE.UU.
Las primarias y la campaña electoral se han caracterizado
por las declaraciones polémicas de Trump, los insultos hacia sus rivales en las
primarias y las distintas promesas electorales de corte nacionalista y
demagógico. Tales como la expulsión de musulmanes, derogar el TTIP o el
acercamiento a Vladimir Putin. Mientras que la campaña de Hillary Clinton ha
estado salpicada por el uso de un servidor privado para la gestión de correos
electrónicos con información clasificada cuando era Secretaria de Estado, caso que
ha sido investigado hasta haces dos días antes de la celebración de las
elecciones por el FBI.
Lo que podemos apreciar que en estos comicios han estado más
presente los deslices que han tenido los dos candidatos, más que los eslóganes
durante la campaña o la exposición de grandes discursos, con un contenido
importante en materia económica, social o de seguridad. Que se diferencia de
las campañas de Barack Obama, que eran precisamente todo lo contrario a lo
ocurrido estos meses.
La Administración de Donald Trump, tras lo visto en campaña
electoral, será una total regresión a gran parte de las medidas tomadas por la
Administración Obama. En materia de política exterior, Estados Unidos se
volverá a subir a la torre defensiva para gestionar las relaciones con sus
vecinos de América Central y del Sur y el Caribe. Una posición que
probablemente no ayude a mantener unas relaciones cordiales. Con respecto a la
Unión Europea, serán más distantes. Muchos interesados en política exterior,
periodistas, sociólogos y politólogos tendremos que releer o hacer memoria de
lo leído en el ensayo “Poder y debilidad:
Europa y Estados Unidos en el Nuevo Orden Mundial” de Robert Kagan. Porque
la victoria de Trump supone esto, una vuelta del realismo frente al idealismo
que propugnaba en parte Obama. Es una vuelta al uso del “hard power”.
Finalmente, creo que el mundo no se derrumbará del todo,
dentro de dos años hay elecciones legislativas, lo que puede poner un
contrapeso importante a la Administración Trump.
Por otro lado, la gente se seguirá enamorando. El
nacionalismo europeo ya ha encontrado su pareja de baile. ¿La encontrará la
Unión Europea?